sábado, 24 de diciembre de 2011

UNA NUEVA VISION SOBRE EL ORIGEN DEL UNIVERSO

Nassim Nicholas Taleb (nacido en 1960 en el Líbano) es un ensayista, investigador y financiero estadounidense. Es también miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York.
Se considera a sí mismo «empirista escéptico» y cree que los científicos y los financieros sobreestiman el valor de la explicaciones racionales sobre datos del pasado e infravaloran el peso de la aleatoriedad en esos datos. Continuador de una larga línea de filósofos escépticos como Sexto Empírico, Algazel, Pierre Bayle, Montaigne y David Hume al considerar que el pasado no puede usarse para predecir el futuro.


Taleb nació en el Amiún, Líbano. Su familia vio reducida su prominencia política y su riqueza tras la Guerra Civil del Líbano. Es hijo del Dr. Najib Taleb, oncólogo e investigador en el campo de la antropología y de Minerva Ghosn.
Estudió matemática financiera en la Universidad de París, Francia y ha obtenido un MBA por la Wharton School en la Universidad de Pennsylvania. Ha desarrollado su carrera en los Estados Unidos
Taleb es polígloto, pues habla inglés, francés, árabe, italiano y español. Es capaz también de leer textos clásicos en griego y latín.
Su obra más relevante y la que le dio a conocer internacionalmente, es Fooled by Randomness (2004). En ella, explora cómo el azar y la probabilidad desorientan incluso a personas ilustradas. En esta obra también explica el sinsentido que supone que los financieros y personas de «éxito» en las finanzas o en la vida sean considerados expertos y visionarios, sin reparar que en realidad el efecto del azar obliga a que haya «ganadores» y, desde luego, «perdedores». Todo ello lo fundamenta con razonamientos matemáticos, con anécdotas y ejemplos conocidos, exponiendo la tendencia humana a sobrevalorar la causalidad y a creer que el mundo es más explicable de lo que realmente es, buscando explicaciones incluso cuando no las hay. El libro ha sido traducido a 17 lenguas, entre ellas el castellano.
Es también el autor de Dynamic Hedging: Managing Vanilla and Exotic Options (Wiley, 1997).

 OBRAS:
  • Dynamic Hedging: Managing Vanilla and Exotic Options. Nueva York, John Wiley & Sons, 1997.
  • Fooled by Randomness: The Hidden Role of Chance in Life and in the Markets, Londres, Texere, 2004.
  • The Black Swan: The Impact of the Highly Improbable, Nueva York, Random House, 2007.¿Existe la suerte? Engañados por el azar. Thomson-Paraninfo. 2006. ISBN 978-84-9732-392-5.
  • El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable. Ediciones Paidós Ibérica. 2008. ISBN 978-84-493-2077-4 
  •  http://www.youtube.com/watch?v=8wVEWfWlQrc

jueves, 24 de noviembre de 2011

Frases de Séneca


Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones.

Debes mudar de ánimo, no del cielo que te cobija

Mejor es: tener, que haber tenido; mejor es: haber llorado que llorar.

Es propio de un sabio cambiar de opinión.

Si quieres que tu secreto sea guardado, guárdalo tú mismo.

Ningún día es demasiado largo para el que trabaja.

Nunca hay viento favorable para el que no sabe hacia dónde va.

De nada soy tan dueño como de lo que prudentemente he regalado.

Dirigir no significa dominar, sino cumplir un deber.

No hay bien alguno que nos deleite si no lo compartimos.

La soledad es para el alma lo que el alimento es para el cuerpo.

De un gran hombre hay siempre algo que aprender aunque esté callado.

No es pobre quien tiene muy poco, sino quien ansía demasiado.

Hay una ventaja recíproca, porque los hombres, mientras enseñan, aprenden.

Si quieres hacer feliz a un hombre, no le añadas bienes sino réstale deseos.

Veré todas las tierras como si fuesen mías, y las mías como si fuesen de todos.

La vida es larga si es plena.

Nadie es tan viejo como para que le resulte exagerado esperar al menos un día más de vida.

Como el teatro es la vida; no importa la duración, sino la calidad de la representación.

Es mejor saber cosas inútiles que no saber nada.

Nadie puede ganar sin que otro pierda

Dejarás de temer, si dejas de esperar.

La felicidad que no se modera, se destruye a sí misma.

Incierto es el lugar donde la muerte te espera; aguárdala, pues, en todo lugar cualquiera prefiere creer a discurrir.

No nos falta valor para emprender ciertas cosas porque son difíciles, sino que son difíciles porque nos falta valor para emprenderlas.

martes, 22 de noviembre de 2011

EL ENIGMA NO EXISTE

EL ENIGMA NO EXISTE por Ludwig Wittgenstein.

El sentido del mundo tiene que residir fuera de él. En el mundo todo es como es y todo sucede como sucede; no hay en él valor alguno y, si lo hubiera, no tendría ningún valor. Si hay algún valor que tenga valor, tiene que residir fuera de todo lo que sucede y de todo lo que es de esta y aquella manera. Pues todo lo que sucede y todo lo que es de esta y aquella manera es accidental. Lo que lo hace no ser accidental no puede residir en el mundo pues, en tal caso, esto sería a su vez accidental. Tiene que residir fuera del mundo.

Es por ello por lo que no puede haber proposiciones éticas. Las proposiciones no pueden expresar nada que sea más elevado.

Es claro que la ética no consiente en que se la exprese. La ética es trascendental. (Ética y estética son uno y lo mismo.)

Lo primero que se nos viene a las mientes al proponer una ley ética de la forma "Debes." es: "¿Y qué, si no lo hago?". Es claro, sin embargo, que la ética no tiene nada que ver con castigos y recompensas en el sentido habitual. Por ello, la pregunta por las consecuencias de una acción tiene que carecer de importancia. Al menos esas consecuencias no pueden ser eventos. Pero, a pesar de todo, en la pregunta planteada tiene que haber algo que sea correcto. Ciertamente, tiene que haber algún género de castigo y recompensa éticos, pero éstos tienen que residir en la propia acción. (Y es claro también que la recompensa tiene que ser algo agradable y el castigo algo desagradable.)

No se puede hablar de la voluntad como sujeto de lo ético. Y la voluntad como fenómeno interesa sólo a la psicología.

Si la buena o mala voluntad cambian el mundo, sólo pueden cambiar los límites del mundo, no los hechos; no lo que puede expresarse por medio del lenguaje. Dicho brevemente: el mundo tiene que convertirse en otro completamente distinto. Tiene que, por así decirlo, disminuir o aumentar como un todo. El mundo del que es feliz es diferente del de aquél que es infeliz.

Así también, a la hora de la muerte, el mundo no cambia, se termina.
La muerte no es un evento de la vida. De la muerte no tenemos vivencia alguna. Si por eternidad no entendemos duración temporal infinita, sino intemporalidad, entonces vive eternamente el que vive en el presente. Nuestra vida carece de final en la misma medida en que nuestro campo visual carece de límites.

La inmortalidad temporal del alma humana, es decir, su eterna supervivencia, incluso después de la muerte, no sólo no está garantizada en modo alguno, sino que, sobre todo, esta suposición no sirve en absoluto para lo que siempre se ha pretendido alcanzar con ella. Pues ¿se resuelve algún enigma porque yo viva eternamente? ¿No es quizá esa vida eterna tan enigmática como la presente? La solución del enigma de la vida en el espacio y en el tiempo reside fuera del espacio y del tiempo. (No son problemas de la ciencia natural los que han de solucionarse aquí.)

Para lo que es más elevado resulta absolutamente indiferente cómo sea el mundo. Dios no se revela en el mundo.

Los hechos, todos ellos, pertenecen sólo a la tarea, no a la solución.

Lo místico no consiste en cómo sea el mundo, sino en que sea.

La visión del mundo sub specie aeterni consiste en verlo como un todo, un todo limitado. El sentir del mundo como un todo limitado es lo místico.

Si una respuesta no puede expresarse, la pregunta que le corresponde tampoco puede expresarse. El enigma no existe. Si una pregunta puede llegar a plantearse, entonces también se le puede dar una respuesta.

El escepticismo no es irrefutable, sino un sinsentido obvio, pues quiere plantear dudas allí donde no se puede preguntar. Pues una duda sólo puede existir allí donde existe una pregunta; una pregunta sólo donde existe una respuesta y esta última sólo donde puede decirse algo.

Sentimos que, aún cuando todas las posibles preguntas científicas hayan obtenido una respuesta, nuestros problemas vitales ni siquiera se han tocado. Desde luego, entonces ya no queda pregunta alguna; y esto es precisamente la respuesta.

La solución al problema de la vida se trasluce en la desaparición de este problema. (¿No es ésta acaso la razón por la que los hombres a los que, después de intensas dudas, les resultó claro el sentido de la vida, no pudieran decir, en este momento, en qué consistía tal sentido?)

Existe en efecto lo inexpresable. Tal cosa resulta ella misma manifiesta; es lo místico.

El método correcto en filosofía consistiría propiamente en esto: no decir nada más que lo que se puede decir, esto es: proposiciones de la ciencia natural -algo, por tanto, que no tiene que ver con la filosofía-; y entonces, siempre que alguien quisiese decir algo metafísico, demostrarle que no había dado significado alguno a ciertos signos de las proposiciones. Este método no sería satisfactorio para la otra persona -no tendría la sensación de que le estábamos enseñando filosofía-, pero tal método sería el único estrictamente correcto.

Mis proposiciones son elucidaciones de este modo: quien me entiende las reconoce al final como sinsentidos, cuando mediante ellas -a hombros de ellas- ha logrado auparse por encima de ellas. (Tiene, por así decirlo, que tirar la escalera una vez que se ha encaramado en ella.) Tiene que superar esas proposiciones; entonces verá el mundo correctamente.

De lo que no se puede hablar, hay que callar la boca.

* * *

LUDWIG WITTGENSTEIN, Tractatus logico-philosophicus. Editorial Tecnos, 2002. Traducción de Luis M. Valdés Villanueva. [FD, 14/04/2008]

viernes, 18 de noviembre de 2011

El gallo de Sócrates

      El gallo de Sócrates
      [Cuento. Texto completo]

      Leopoldo Alas (Clarín)
    
            Critón, después de cerrar la boca y los ojos al maestro, dejó a los demás discípulos en torno del cadáver, y salió de la cárcel, dispuesto a cumplir lo más pronto posible el último encargo que Sócrates le había hecho, tal vez burla burlando, pero que él tomaba al pie de la letra en la duda de si era serio o no era serio. Sócrates, al espirar, descubriéndose, pues ya estaba cubierto para esconder a sus discípulos, el espectáculo vulgar y triste de la agonía, había dicho, y fueron sus últimas palabras:

            -Critón, debemos un gallo a Esculapio, no te olvides de pagar esta deuda. -Y no habló más.

            Para Critón aquella recomendación era sagrada: no quería analizar, no quería examinar si era más verosímil que Sócrates sólo hubiera querido decir un chiste, algo irónico tal vez, o si se trataba de la última voluntad del maestro, de su último deseo. ¿No había sido siempre Sócrates, pese a la calumnia de Anito y Melito, respetuoso para con el culto popular, la religión oficial? Cierto que les daba a los mitos (que Critón no llamaba así, por supuesto) un carácter simbólico, filosófico muy sublime o ideal; pero entre poéticas y trascendentales paráfrasis, ello era que respetaba la fe de los griegos, la religión positiva, el culto del Estado. Bien lo demostraba un hermoso episodio de su último discurso, (pues Critón notaba que Sócrates a veces, a pesar de su sistema de preguntas y respuestas se olvidaba de los interlocutores, y hablaba largo y tendido y muy por lo florido).

            Había pintado las maravillas del otro mundo con pormenores topográficos que más tenían de tradicional imaginación que de rigurosa dialéctica y austera filosofía.

            Y Sócrates no había dicho que él no creyese en todo aquello, aunque tampoco afirmaba la realidad de lo descrito con la obstinada seguridad de un fanático; pero esto no era de extrañar en quien, aun respecto de las propias ideas, como las que había expuesto para defender la inmortalidad del alma, admitía con abnegación de las ilusiones y del orgullo, la posibilidad metafísica de que las cosas no fueran como él se las figuraba. En fin, que Critón no creía contradecir el sistema ni la conducta del maestro, buscando cuanto antes un gallo para ofrecérselo al dios de la Medicina.

            Como si la Providencia anduviera en el ajo, en cuanto Critón se alejó unos cien pasos de la prisión de Sócrates, vio, sobre una tapia, en una especie de plazuela solitaria, un gallo rozagante, de espléndido plumaje. Acababa de saltar desde un huerto al caballete de aquel muro, y se preparaba a saltar a la calle. Era un gallo que huía; un gallo que se emancipaba de alguna triste esclavitud.

            Conoció Critón el intento del ave de corral, y esperó a que saltase a la plazuela para perseguirle y cogerle. Se le había metido en la cabeza (porque el hombre, en empezando a transigir con ideas y sentimientos religiosos que no encuentra racionales, no para hasta la superstición más pueril) que el gallo aquel, y no otro, era el que Esculapio, o sea Asclepies, quería que se le sacrificase. La casualidad del encuentro ya lo achacaba Critón a voluntad de los dioses.

            Al parecer, el gallo no era del mismo modo de pensar; porque en cuanto notó que un hombre le perseguía comenzó a correr batiendo las alas y cacareando por lo bajo, muy incomodado sin duda.

            Conocía el bípedo perfectamente al que le perseguía de haberle visto no pocas veces en el huerto de su amo discutiendo sin fin acerca del amor, la elocuencia, la belleza, etc., etc.; mientras él, el gallo, seducía cien gallinas en cinco minutos, sin tanta filosofía.

            «Pero buena cosa es, iba pensando el gallo, mientras corría y se disponía a volar, lo que pudiera, si el peligro arreciaba; buena cosa es que estos sabios que aborrezco se han de empeñar en tenerme por suyo, contra todas las leyes naturales, que ellos debieran conocer. Bonito fuera que después de librarme de la inaguantable esclavitud en que me tenía Gorgias, cayera inmediatamente en poder de este pobre diablo, pensador de segunda mano y mucho menos divertido que el parlanchín de mi amo».

            Corría el gallo y le iba a los alcances el filósofo. Cuando ya iba a echarle mano, el gallo batió las alas, y, dígase de un vuelo, dígase de un brinco, se puso, por esfuerzo supremo del pánico, encima de la cabeza de una estatua que representaba nada menos que Atenea.

            -¡Oh, gallo irreverente! -gritó el filósofo, ya fanático inquisitorial, y perdónese el anacronismo. Y acallando con un sofisma pseudo-piadoso los gritos de la honrada conciencia natural que le decía: «no robes ese gallo», pensó: «Ahora sí que, por el sacrilegio, mereces la muerte. Serás mío, irás al sacrificio».

            Y el filósofo se ponía de puntillas; se estiraba cuanto podía, daba saltos cortos, ridículos; pero todo en vano.

            -¡Oh, filósofo idealista, de imitación! -dijo el gallo en griego digno del mismo Gorgias; -no te molestes, no volarás ni lo que vuela un gallo. ¿Qué? ¿Te espanta que yo sepa hablar? Pues ¿no me conoces? Soy el gallo del corral de Gorgias. Yo te conozco a ti. Eres una sombra. La sombra de un muerto. Es el destino de los discípulos que sobreviven a los maestros. Quedan acá, a manera de larvas, para asustar a la gente menuda. Muere el soñador inspirado y quedan los discípulos alicortos que hacen de la poética idealidad del sublime vidente una causa más del miedo, una tristeza más para el mundo, una superstición que se petrifica.

            -«¡Silencio, gallo! En nombre de la Idea de tu género, la naturaleza te manda que calles».

            -Yo hablo, y tú cacareas la Idea. Oye, hablo sin permiso de la Idea de mi género y por habilidad de mi individuo. De tanto oír hablar de Retórica, es decir, del arte de hablar por hablar, aprendí algo del oficio.

            -¿Y pagas al maestro huyendo de su lado, dejando su casa, renegando de su poder?

            -Gorgias es tan loco, si bien más ameno, como tú. No se puede vivir junto a semejante hombre. Todo lo prueba; y eso aturde, cansa. El que demuestra toda la vida, la deja hueca. Saber el porqué de todo es quedarse con la geometría de las cosas y sin la substancia de nada. Reducir el mundo a una ecuación es dejarlo sin pies ni cabeza. Mira, vete, porque puedo estar diciendo cosas así setenta días con setenta noches: recuerda que soy el gallo de Gorgias, el sofista.

            -Bueno, pues por sofista, por sacrílego y porque Zeus lo quiere, vas a morir. ¡Date!

            -¡Nones! No ha nacido el idealista de segunda mesa que me ponga la mano encima. Pero, ¿a qué viene esto? ¿Qué crueldad es esta? ¿Por qué me persigues?

            -Porque Sócrates al morir me encargó que sacrificara un gallo a Esculapio, en acción de gracias porque le daba la salud verdadera, librándole por la muerte, de todos los males.

            -¿Dijo Sócrates todo eso?

            -No; dijo que debíamos un gallo a Esculapio.

            -De modo que lo demás te lo figuras tú.

            -¿Y qué otro sentido, pueden tener esas palabras?

            -El más benéfico. El que no cueste sangre ni cueste errores. Matarme a mí para contentar a un dios, en que Sócrates no creía, es ofender a Sócrates, insultar a los Dioses verdaderos... y hacerme a mí, que sí existo, y soy inocente, un daño inconmensurable; pues no sabemos ni todo el dolor ni todo el perjuicio que puede haber en la misteriosa muerte.

            -Pues Sócrates y Zeus quieren tu sacrificio.

            -Repara que Sócrates habló con ironía, con la ironía serena y sin hiel del genio. Su alma grande podía, sin peligro, divertirse con el juego sublime de imaginar armónicos la razón y los ensueños populares. Sócrates, y todos los creadores de vida nueva espiritual, hablan por símbolos, son retóricos, cuando, familiarizados con el misterio, respetando en él lo inefable, le dan figura poética en formas. El amor divino de lo absoluto tiene ese modo de besar su alma. Pero, repara cuando dejan este juego sublime, y dan lecciones al mundo, cuán austeras, lacónicas, desligadas de toda inútil imagen con sus máximas y sus preceptos de moral.

            -Gallo de Gorgias, calla y muere.

            -Discípulo indigno, vete y calla; calla siempre. Eres indigno de los de tu ralea. Todos iguales. Discípulos del genio, testigos sordos y ciegos del sublime soliloquio de una conciencia superior; por ilusión suya y vuestra, creéis inmortalizar el perfume de su alma, cuando embalsamáis con drogas y por recetas su doctrina. Hacéis del muerto una momia para tener un ídolo. Petrificáis la idea, y el sutil pensamiento lo utilizáis como filo que hace correr la sangre. Sí; eres símbolo de la triste humanidad sectaria. De las últimas palabras de un santo y de un sabio sacas por primera consecuencia la sangre de un gallo. Si Sócrates hubiera nacido para confirmar las supersticiones de su pueblo, ni hubiera muerto por lo que murió, ni hubiera sido el santo de la filosofía. Sócrates no creía en Esculapio, ni era capaz de matar una mosca, y menos un gallo, por seguirle el humor al vulgo.

            -Yo a las palabras me atengo. Date...

            Critón buscó una piedra, apuntó a la cabeza, y de la cresta del gallo salió la sangre...

            El gallo de Gorgias perdió el sentido, y al caer cantó por el aire, diciendo:

            -¡Quiquiriquí! Cúmplase el destino; hágase en mí según la voluntad de los imbéciles.

            Por la frente de jaspe de Palas Atenea resbalaba la sangre del gallo.

            FIN
          
            1901

viernes, 3 de junio de 2011

CAMELLO, LEON Y NIÑO


Camello, León y Niño, los tres estadios del espíritu humano concebido por Zaratustra (Nietzsche).


Hay una relación intrínseca entre el cristianismo y las transformaciones del espíritu, es decir, una relación entre el mito cristiano y la personificación de estos animales, sobre todo la del Dragón.
La Biblia dice que el hombre es un ser destinado a obedecer los mandatos de Dios, asumir las pruebas más duras, asumir la carga más pesada porque en el reino de los cielos, será recompensado, y esto es lo que hace la primera transformación del espíritu, el Camello se hace a la carga más pesada y se responsabiliza por ella sin chistar.
Pero luego nace la conciencia, una fuerza interna que nos obliga a revaluar lo que hemos venido haciendo, una fuerza fiera como la de un Léon que nos lleva a otra transformación del espíritu, ya el hombre no es obediente ciego a los valores que brillan en las escamas del Dragón (las leyes que brillan en la tabla de Moisés, las leyes que están consignadas en la Biblia), sino que decide crear sus propias reglas de juego y desafía a ese Dios que lo ha estado sometiendo y comienza la lucha entre el “tu debes “ y el “yo quiero”.

Descubrimiento de un mismo para comprender la filosofía.


  Cuando empieza a hablar, el niño se para y grita «guau, guau» cada vez que ve un perro. Vemos cómo da saltos en su cochecito, agitando los brazos y gritando «guau, guau, guau, guau». Los que ya tenemos algunos años a lo mejor nos sentimos un poco agobiados por el entusiasmo del niño. «Sí, sí, es un guau, guau», decimos, muy conocedores del mundo, «tienes que estarte quietecito en el coche». No sentimos el mismo entusiasmo. Hemos visto perros antes.
   Quizás se repita este episodio de gran entusiasmo unas doscientas veces, antes de que el niño pueda ver pasar un perro sin perder los estribos. O un elefante o un hipopótamo. Pero antes de que el niño haya aprendido a hablar bien, y mucho antes de que aprenda a pensar filosóficamente, el mundo se ha convertido para él en algo habitual.
   ¡Una pena, digo yo!
   Lo que a mí me preocupa es que tú seas de los que toman el mundo como algo asentado, querida Sofía. Para asegurarnos, vamos a hacer un par de experimentos mentales, antes de iniciar el curso de filosofía propiamente.
   Imagínate que un día estás de paseo por el bosque. De pronto descubres una pequeña nave espacial en el sendero delante de ti. De la nave espacial sale un pequeño marciano que se queda parado, mirándote fríamente.
   ¿Qué habrías pensado tú en un caso así? Bueno, eso no importa, ¿pero se te ha ocurrido alguna vez pensar que tu misma eres una marciana?
   Es cierto que no es muy probable que te vayas a topar con un ser de otro planeta. Ni siquiera sabemos si hay vida en otros planetas. Pero puede ocurrir que te topes contigo misma. Puede que de pronto un día te detengas, y te veas de una manera completamente nueva. Quizás ocurra precisamente durante un paseo por el bosque.
   Soy un ser extraño, pensarás. Soy un animal misterioso.
   Es como si te despertaras de un larguísimo sueño, como la Bella Durmiente. ¿Quién soy?, te preguntarás. Sabes que gateas por un planeta en el universo. ¿Pero qué es el universo?
   Si llegas a descubrirte a ti misma de ese modo, habrás descubierto algo igual de misterioso que aquel marciano que mencionamos hace un momento. No sólo has visto un ser del espacio, sino que sientes desde dentro que tú misma eres un ser tan misterioso como aquél.
 

Filosofía de Nietzsche desde el punto de vista fotográfico (en construcción,falta definir...)


miércoles, 1 de junio de 2011

EL CONEJO (Mundo de Sofía)

¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una persona que se encuentra en el límite del hambre, la respuesta será comida. Si dirigimos la misma pregunta a alguien que tiene frío, la respuesta será calor. Y si preguntamos a una persona que se siente sola, la respuesta seguramente será estar con otras personas.
   Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que todo el mundo necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan que el ser humano no vive sólo de pan. Es evidente que todo el mundo necesita comer. Todo el mundo necesita también amor y cuidados. Pero aún hay algo más que todo el mundo necesita. Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué vivimos.
   Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos. Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el planeta y la vida aquí, son preguntas más grandes y más importantes que quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos de invierno.
    
   La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear algunas preguntas filosóficas:
   ¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o intención detrás de lo que sucede? ¿Hay otra vida después de la muerte? ¿Cómo podemos solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo: ¿cómo debemos vivir?
   En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas de este tipo. No se conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber quiénes son los seres humanos y de dónde procede el mundo.
   También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias respuestas a esas mismas preguntas. No se puede consultar una enciclopedia para ver si existe Dios o si hay otra vida después de la muerte. La enciclopedia tampoco nos proporciona una respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora de formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda leer lo que otros han pensado.
    
   Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir que las preguntas filosóficas surgen por sí solas, opinaba él.
   Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un par de pañuelos de seda blanca en un conejo vivo?
   A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío.
   En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.
    
   P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos fines pelillos para mirar a los ojos al gran prestidigitador.
  

Homogenización del uniforme ¿Nos vamos de compras?

Homogenización del uniforme ¿Nos vamos de compras?

¿Qué sucedería si todos tuviésemos que llevar la misma vestimenta? Parto del supuesto de que, en cada país ha entrado a gobernar un presidente, que ha puesto la condición de llevar un único uniforme.
Teniendo en cuenta que existe ya para la mayoría de los oficios o determinados contextos unos uniformes: los bomberos, los médicos, las azafatas, los policías, los alumnos/as de los centros privados o concertados, los curas, los deportistas….
Mi propuesta va más allá de estos uniformes para cumplir unas determinadas tareas, y es que una vez fuera de esos contextos, la cuestión es que todos debemos llevar la misma vestimenta, y por supuesto, de un mismo color, que sería naranja. Ni siquiera para las ocasiones especiales, como bodas, comuniones, citas u otros acontecimientos importantes podríamos vestirnos de otra forma. Aquel que incumpliera tal norma sería castigado y se vería obligado a abonar una determinada cantidad de dinero. Sólo identificaría a las personas una etiqueta en su uniforme en la que se pondría el nombre de la persona y su profesión. Por ejemplo, Carlos Jiménez, Abogado; Noelia Gómez Díaz, Ama de casa.
Ante estas condiciones uno podría cuestionarse varios aspectos, por ejemplo, cómo se distinguirían las clases sociales, qué valores se crearían, qué repercusiones tendría en la formación de la identidad personal, ya que la forma de vestir está relacionada con el estilo de vestir y el carácter de la persona. ¿Qué pasaría con los diferentes estilos? ¿Dónde quedarían los pijos, los modernos, los tradicionales, los extrovertidos, los formales, los elegantes, los hippies, los góticos…
Por otra parte, se podría pensar en las consecuencias que habría respecto a las tiendas, qué se vendería entonces,  y en qué se basaría entonces la competencia, ya que no podría ser en los diferentes modelos, porque todos son iguales, sino que la competencia se darían más en los precios y en la calidad. Aunque estos aspectos llegarían a un límite, siendo iguales en los diferentes comercios.  Qué sucedería con la moda, ya que no se estaría a al alcance, porque ésta siempre sería la misma.
Los beneficios económicos serían mínimos, ya que la gente compraría la ropa una vez que ésta estuviese desgastada y no por favorecer la imagen personal. Aunque como en todo en la vida, los intereses se buscarían por otras vías.
En la escuela se enseñaría, a parte de los conocimientos actuales, el código de identificación de las personas por su uniforme y explicar el motivo de la obligación de llevar un único uniforme, explicándoles que ha sido una norma puesta por el nuevo presidente como una forma de reducir las diferencias. ¿Se reducen las diferencias en verdad? Ante esta cuestión, pienso que no se reducirían porque las diferencias están siempre presentes y este aspecto es lo que caracteriza a cada ser humano, ahí está su valor, el valor de la diferencia que hay que verla como normalidad.  
Para terminar me gustaría hablar de por qué he decidido plantear  esta práctica visionaria, la cual si se llevara a cabo de verdad traería consigo no sólo los anteriores planteamientos o cambios culturales, sino que se formarían sino muchos otros que se fuesen creando. Respecto a la  práctica que hay actualmente, especialmente la referida a los centros escolares, sobre todo concertados y privados, cabe decir  que éstos que funcionan con uniformes les va bastante bien, porque se reducen las competencias de marcas entre los alumnos, o por la variedad de ropa que tengan, aunque no se reflejen la personalidad y condiciones de contexto. De esta forma no se juzgan ni se diferencian  entre ellos por cómo vayan vestidos. Pero ¿funcionaría esta uniformidad  a un nivel nacional? ¿Hasta dónde llegaría la monotonía de la ropa? ¿Nos haría la vida más fácil? ¿Qué sentido tendría irse de compras con las amigas/os? Son muchas las cuestiones a plantearse y responder, pero queda claro que cambiaría de una forma radical los valores culturales, morales, éticos y otros más, ya que vivimos en una sociedad muy compleja, en la que estamos acostumbrados al bienestar social, y cambiar ese aspecto afectaría negativamente a diversos sectores.