viernes, 3 de junio de 2011

CAMELLO, LEON Y NIÑO


Camello, León y Niño, los tres estadios del espíritu humano concebido por Zaratustra (Nietzsche).


Hay una relación intrínseca entre el cristianismo y las transformaciones del espíritu, es decir, una relación entre el mito cristiano y la personificación de estos animales, sobre todo la del Dragón.
La Biblia dice que el hombre es un ser destinado a obedecer los mandatos de Dios, asumir las pruebas más duras, asumir la carga más pesada porque en el reino de los cielos, será recompensado, y esto es lo que hace la primera transformación del espíritu, el Camello se hace a la carga más pesada y se responsabiliza por ella sin chistar.
Pero luego nace la conciencia, una fuerza interna que nos obliga a revaluar lo que hemos venido haciendo, una fuerza fiera como la de un Léon que nos lleva a otra transformación del espíritu, ya el hombre no es obediente ciego a los valores que brillan en las escamas del Dragón (las leyes que brillan en la tabla de Moisés, las leyes que están consignadas en la Biblia), sino que decide crear sus propias reglas de juego y desafía a ese Dios que lo ha estado sometiendo y comienza la lucha entre el “tu debes “ y el “yo quiero”.

Descubrimiento de un mismo para comprender la filosofía.


  Cuando empieza a hablar, el niño se para y grita «guau, guau» cada vez que ve un perro. Vemos cómo da saltos en su cochecito, agitando los brazos y gritando «guau, guau, guau, guau». Los que ya tenemos algunos años a lo mejor nos sentimos un poco agobiados por el entusiasmo del niño. «Sí, sí, es un guau, guau», decimos, muy conocedores del mundo, «tienes que estarte quietecito en el coche». No sentimos el mismo entusiasmo. Hemos visto perros antes.
   Quizás se repita este episodio de gran entusiasmo unas doscientas veces, antes de que el niño pueda ver pasar un perro sin perder los estribos. O un elefante o un hipopótamo. Pero antes de que el niño haya aprendido a hablar bien, y mucho antes de que aprenda a pensar filosóficamente, el mundo se ha convertido para él en algo habitual.
   ¡Una pena, digo yo!
   Lo que a mí me preocupa es que tú seas de los que toman el mundo como algo asentado, querida Sofía. Para asegurarnos, vamos a hacer un par de experimentos mentales, antes de iniciar el curso de filosofía propiamente.
   Imagínate que un día estás de paseo por el bosque. De pronto descubres una pequeña nave espacial en el sendero delante de ti. De la nave espacial sale un pequeño marciano que se queda parado, mirándote fríamente.
   ¿Qué habrías pensado tú en un caso así? Bueno, eso no importa, ¿pero se te ha ocurrido alguna vez pensar que tu misma eres una marciana?
   Es cierto que no es muy probable que te vayas a topar con un ser de otro planeta. Ni siquiera sabemos si hay vida en otros planetas. Pero puede ocurrir que te topes contigo misma. Puede que de pronto un día te detengas, y te veas de una manera completamente nueva. Quizás ocurra precisamente durante un paseo por el bosque.
   Soy un ser extraño, pensarás. Soy un animal misterioso.
   Es como si te despertaras de un larguísimo sueño, como la Bella Durmiente. ¿Quién soy?, te preguntarás. Sabes que gateas por un planeta en el universo. ¿Pero qué es el universo?
   Si llegas a descubrirte a ti misma de ese modo, habrás descubierto algo igual de misterioso que aquel marciano que mencionamos hace un momento. No sólo has visto un ser del espacio, sino que sientes desde dentro que tú misma eres un ser tan misterioso como aquél.
 

Filosofía de Nietzsche desde el punto de vista fotográfico (en construcción,falta definir...)


miércoles, 1 de junio de 2011

EL CONEJO (Mundo de Sofía)

¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una persona que se encuentra en el límite del hambre, la respuesta será comida. Si dirigimos la misma pregunta a alguien que tiene frío, la respuesta será calor. Y si preguntamos a una persona que se siente sola, la respuesta seguramente será estar con otras personas.
   Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que todo el mundo necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan que el ser humano no vive sólo de pan. Es evidente que todo el mundo necesita comer. Todo el mundo necesita también amor y cuidados. Pero aún hay algo más que todo el mundo necesita. Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué vivimos.
   Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos. Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el planeta y la vida aquí, son preguntas más grandes y más importantes que quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos de invierno.
    
   La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear algunas preguntas filosóficas:
   ¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o intención detrás de lo que sucede? ¿Hay otra vida después de la muerte? ¿Cómo podemos solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo: ¿cómo debemos vivir?
   En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas de este tipo. No se conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber quiénes son los seres humanos y de dónde procede el mundo.
   También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias respuestas a esas mismas preguntas. No se puede consultar una enciclopedia para ver si existe Dios o si hay otra vida después de la muerte. La enciclopedia tampoco nos proporciona una respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora de formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda leer lo que otros han pensado.
    
   Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir que las preguntas filosóficas surgen por sí solas, opinaba él.
   Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un par de pañuelos de seda blanca en un conejo vivo?
   A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío.
   En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.
    
   P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos fines pelillos para mirar a los ojos al gran prestidigitador.
  

Homogenización del uniforme ¿Nos vamos de compras?

Homogenización del uniforme ¿Nos vamos de compras?

¿Qué sucedería si todos tuviésemos que llevar la misma vestimenta? Parto del supuesto de que, en cada país ha entrado a gobernar un presidente, que ha puesto la condición de llevar un único uniforme.
Teniendo en cuenta que existe ya para la mayoría de los oficios o determinados contextos unos uniformes: los bomberos, los médicos, las azafatas, los policías, los alumnos/as de los centros privados o concertados, los curas, los deportistas….
Mi propuesta va más allá de estos uniformes para cumplir unas determinadas tareas, y es que una vez fuera de esos contextos, la cuestión es que todos debemos llevar la misma vestimenta, y por supuesto, de un mismo color, que sería naranja. Ni siquiera para las ocasiones especiales, como bodas, comuniones, citas u otros acontecimientos importantes podríamos vestirnos de otra forma. Aquel que incumpliera tal norma sería castigado y se vería obligado a abonar una determinada cantidad de dinero. Sólo identificaría a las personas una etiqueta en su uniforme en la que se pondría el nombre de la persona y su profesión. Por ejemplo, Carlos Jiménez, Abogado; Noelia Gómez Díaz, Ama de casa.
Ante estas condiciones uno podría cuestionarse varios aspectos, por ejemplo, cómo se distinguirían las clases sociales, qué valores se crearían, qué repercusiones tendría en la formación de la identidad personal, ya que la forma de vestir está relacionada con el estilo de vestir y el carácter de la persona. ¿Qué pasaría con los diferentes estilos? ¿Dónde quedarían los pijos, los modernos, los tradicionales, los extrovertidos, los formales, los elegantes, los hippies, los góticos…
Por otra parte, se podría pensar en las consecuencias que habría respecto a las tiendas, qué se vendería entonces,  y en qué se basaría entonces la competencia, ya que no podría ser en los diferentes modelos, porque todos son iguales, sino que la competencia se darían más en los precios y en la calidad. Aunque estos aspectos llegarían a un límite, siendo iguales en los diferentes comercios.  Qué sucedería con la moda, ya que no se estaría a al alcance, porque ésta siempre sería la misma.
Los beneficios económicos serían mínimos, ya que la gente compraría la ropa una vez que ésta estuviese desgastada y no por favorecer la imagen personal. Aunque como en todo en la vida, los intereses se buscarían por otras vías.
En la escuela se enseñaría, a parte de los conocimientos actuales, el código de identificación de las personas por su uniforme y explicar el motivo de la obligación de llevar un único uniforme, explicándoles que ha sido una norma puesta por el nuevo presidente como una forma de reducir las diferencias. ¿Se reducen las diferencias en verdad? Ante esta cuestión, pienso que no se reducirían porque las diferencias están siempre presentes y este aspecto es lo que caracteriza a cada ser humano, ahí está su valor, el valor de la diferencia que hay que verla como normalidad.  
Para terminar me gustaría hablar de por qué he decidido plantear  esta práctica visionaria, la cual si se llevara a cabo de verdad traería consigo no sólo los anteriores planteamientos o cambios culturales, sino que se formarían sino muchos otros que se fuesen creando. Respecto a la  práctica que hay actualmente, especialmente la referida a los centros escolares, sobre todo concertados y privados, cabe decir  que éstos que funcionan con uniformes les va bastante bien, porque se reducen las competencias de marcas entre los alumnos, o por la variedad de ropa que tengan, aunque no se reflejen la personalidad y condiciones de contexto. De esta forma no se juzgan ni se diferencian  entre ellos por cómo vayan vestidos. Pero ¿funcionaría esta uniformidad  a un nivel nacional? ¿Hasta dónde llegaría la monotonía de la ropa? ¿Nos haría la vida más fácil? ¿Qué sentido tendría irse de compras con las amigas/os? Son muchas las cuestiones a plantearse y responder, pero queda claro que cambiaría de una forma radical los valores culturales, morales, éticos y otros más, ya que vivimos en una sociedad muy compleja, en la que estamos acostumbrados al bienestar social, y cambiar ese aspecto afectaría negativamente a diversos sectores.